miércoles

la génesis

Un disparo en forma de nieve. Me despierto y sigo en el centro. Intacto. Como si los vientos hubieran hecho todo lo posible por colocarme tal y como me encontraba al principio.
Puedo oír a mis espaldas ladrando furioso un perro viejo.
Cierro los ojos con fuerza y me asalta esta siniestra esperanza que me arrastra en cenizas
hasta la génesis. Ahora casi puedo verme a mí mismo sentado en un bosque.
Huele a piedra mojada y hay un ciervo colgando de un árbol. Me aprieto, fuerte, los párpados con los dedos y me encuentro dormido en un búnker con muros verdes.
Olor a azufre, a incesto y a rueda quemada.
Me descubro tranquilo con una mueca indiferente. Abro los ojos y, esta vez, el perro me observa con mirada de hombre, como quien espera ansioso el mínimo gesto para despedazar a su víctima en la próxima secuencia. Cierro, de nuevo, fuerte los ojos y marcho en línea recta.
Una enorme alfombra púrpura cubre cada uno de mis pasos.

oración

Una lluvia que rompa, inunde, destroce, segmente, apeste y muerda espadas, esferas terráqueas, una muela enrabiada, eles superfluas y hece endemoniada, montañas gigantes, ojos de sabio cuentababas, un kiosko, una rumana, el colegio, que arrase el alcalde, embarazadas, un perro, una rama.

Amén.

martes

diálogo

- No hay nada más singular e inimitable que un hombre.
- Sí, un árbol.

Decía una rana a una hormiga.

miércoles

el árbol

Caminaré hasta que amanezca y anochezca de nuevo.
Me he vestido de traje y de pronto me he recordado a los de abajo. He seguido las migas que encontraba a cada paso. El camino se parece a ti. Estoy logrando calcular la dimensión de cada piedra y de cada hoja y tras innumerables cuentas he pasado a identificarte en todas ellas. Como ya sabes no soy muy fuerte en matemáticas. Yo nunca fui capaz de medir la velocidad de un río en la noche. He contado cada paso que daba y los he multiplicado tres veces por el diámetro de cada sombra en el camino. He marchado en línea recta, curva, dando saltos y vueltas en dirección a ninguna parte. He visto árboles de todos los tamaños y he decido juntarlos todos en forma de escalera. Ahora hay un árbol que llega hasta el cielo. He subido hasta la copa y al llegar he visto aquel pájaro con cuernos.
Aquí el cielo está despejado, las nubes permanecen a un kilómetro de mis pies. Abajo, una lluvia de demonios se dispone a ahogar las calles de la ciudad. No queda ni un bocado de luz en las aceras. Ya no puedo veros. No desde aquí.
La sensación de vértigo ha desaparecido. He olvidado hasta mi nombre aquí arriba.

Ahora estoy cansado y oigo gatos maullando en la tarde.

la wi-fi

Hoy he decidido saltarme la regla número 1: "Mis secretos son míos".

Me asomé a la ventana y les ví ahí abajo. Todos con sus sonrisas de mediodía, sus entrecots sobre la mesa y sus chaquetas intactas. De nuevo no pude evitar observarles; las mesas rojas, los ojos como animal al acecho, los corazones hambrientos. Intentando no parecerme a ellos me he vestido con los peores trapos; una sábana enrroscada y un sombrero de paja, y he salido a la calle sin cerrar con llave. He preferido dejar la casa abierta esta mañana, porque como ya dije, hoy he decidido saltarme la regla número 1.

He bajado al bar de la esquina, la de los perfumes. Ya no me gusta este sitio. Eso también lo he decidido. Pero es el único que tiene wi-fi gratuito en todo el barrio. Tú ya estabas ahí, porque, como me dijiste, tú siempre llegas a tiempo. Hoy me has hablado de los colores, de los niños, de los kilómetros verdes, de las noches reinventadas y de los puentes colgantes, y por fin he visto una sonrisa en tus ojos.

La primera hoja del otoño caía frente a mis ganas.

Entre calada y calada hemos derribado una frontera. Quién lo diría... Te he hablado de los mares, de los vientos del levante y de los animales en peligro de extinción. Te los he enumerado todos, incluso me he esforzado en recordar la terminología de sus nombres científicos.
Te he hablado de un pájaro con cuernos.
Seguidamente he comenzado a descifrarte el límite de mis sentidos, y sin darme cuenta, ya me la estaba saltando -la regla- de nuevo.

la máquina

Fui a aquel lugar del que me hablabas. Encontré un coche que me llevara y un monedero repleto de calderilla -lo único que necesitaba según tú-.

El camino fue largo, no, me equivoco, fue corto, muy corto y largo a la vez.
Al llegar allí las vi. Había tantas que solo tenía ojos para ellas. Las había de todos los colores y de todas las formas. Algunas reían, otras lloraban, pataleaban y hasta las había que llevaban tu rostro cansado. Otras gritaban, insaciables se agarraban al techo, se revolvían hasta agonías-rata-verde-moho. Una lograba escaparse resistiéndose a un par de manos astutas. Desde el techo gritaba otra, ciega, rota, rabia y cuerpo degollado. Trepaban a ambos lados del estante ladrando como perros enfermos. Rompía, celeste, de pronto, una lluvia de alientos que mutilaba el aire de la sala a pedazos.

Todo este espectaculo me dejó intacto, y decidí que quería guardarlas todas para mí. Quise llevarlas a casa, cuidarlas y procurarles un trozo de almuerzo. Jugaría con ellas y no las soltaría nunca. Me encargaría de besarlas, oirlas, arroparlas en la noche y de todo aquello que fuera necesario. Porque entonces comprendí que solo ELLAS son la maquinaria del mundo.

Porque la maquinaria del mundo -aunque nunca lo imaginaras- se encuentra en aquel lugar del que me hablaste hace un tiempo.

au beurre

Hoy me he despertado tranquilo. Casi no he pensado en ninguno de vosotros. Casi en ninguno. No quedaba café en la cocina pero sabía que al llegar a su casa él me ofrecería el desayuno. Yo, como ya le había dicho el día de antes, me encargaría de los cruasanes.

-¿"Natures ou au beurre, monsieur"?
- "Au beurre" -claro, señora, siempre "au beurre".

No recordaba su casa, me apresuré en mirar los números incrustados sobre los portales. 17, 19, 21. Todos impares, como él, "claro" -me dije. Me miré los zapatos como un acto de reflejo y al igual que nadie había comprado café el día anterior, nadie había tampoco pensado en pasarles un trapo húmedo por encima.
Gritó de repente una voz desde arriba.
El café esperaba sobre la mesa.

-¿"Milcht"?
- "Ja, bitte".

Anduvimos calles y aceras autovías y enormes placas de asfalto montañas de barro donde se hundían caballos tormentas puentes de plástico y alfombras tejidas con cabellos. Sin avisarnos, se apresuraba una nube -grande como el océano- bañando el cielo cobrizo. Corrimos parques vallados, cementerios, tumbas huérfanas y campos de trigo. Descalzos, a ciegas, lejos, a leguas de todos vosotros, y yo sin acordarme, casi, de vosotros.

Miré atrás y estaba solo.

sábado

vértigo

En la noche os recuerdo. Con fuerza. Y me despierto y salgo de la cama con más ganas que ayer. No tardáis tres segundos en desaparecer. Entonces me he obligado a recordaros despierto. Con los ojos en la mañana y con una taza entre las manos, devorando un miserable trozo de pan.

Hablando con un amigo -en uno de los descansos de mis persistentes búsquedas de apartamento en vano- me he dado cuenta de que solo contigo subí al cielo. Vi ciudades del lado de los pájaros. Mentiría si dijera que no sentí vértigo y también si no reconociera que allí arriba me invadía por primera vez ese sentimiento de seguridad que ya no mientan en los periódicos. Porque tú, tú si que me protegías y éramos capaces de reírnos del mundo desde arriba. Desde arriba. Comparábamos los ángulos, y las guerras, cosíamos con retales imaginarios edificios gigantes habitados por hormigas, dividíamos la ciudad en campos de batalla y jugábamos al lego con paisajes.

Mamá, sin embargo, siempre esperaba abajo. A ella siempre le dieron miedo las ratas y las alturas.