miércoles

la génesis

Un disparo en forma de nieve. Me despierto y sigo en el centro. Intacto. Como si los vientos hubieran hecho todo lo posible por colocarme tal y como me encontraba al principio.
Puedo oír a mis espaldas ladrando furioso un perro viejo.
Cierro los ojos con fuerza y me asalta esta siniestra esperanza que me arrastra en cenizas
hasta la génesis. Ahora casi puedo verme a mí mismo sentado en un bosque.
Huele a piedra mojada y hay un ciervo colgando de un árbol. Me aprieto, fuerte, los párpados con los dedos y me encuentro dormido en un búnker con muros verdes.
Olor a azufre, a incesto y a rueda quemada.
Me descubro tranquilo con una mueca indiferente. Abro los ojos y, esta vez, el perro me observa con mirada de hombre, como quien espera ansioso el mínimo gesto para despedazar a su víctima en la próxima secuencia. Cierro, de nuevo, fuerte los ojos y marcho en línea recta.
Una enorme alfombra púrpura cubre cada uno de mis pasos.