miércoles

la máquina

Fui a aquel lugar del que me hablabas. Encontré un coche que me llevara y un monedero repleto de calderilla -lo único que necesitaba según tú-.

El camino fue largo, no, me equivoco, fue corto, muy corto y largo a la vez.
Al llegar allí las vi. Había tantas que solo tenía ojos para ellas. Las había de todos los colores y de todas las formas. Algunas reían, otras lloraban, pataleaban y hasta las había que llevaban tu rostro cansado. Otras gritaban, insaciables se agarraban al techo, se revolvían hasta agonías-rata-verde-moho. Una lograba escaparse resistiéndose a un par de manos astutas. Desde el techo gritaba otra, ciega, rota, rabia y cuerpo degollado. Trepaban a ambos lados del estante ladrando como perros enfermos. Rompía, celeste, de pronto, una lluvia de alientos que mutilaba el aire de la sala a pedazos.

Todo este espectaculo me dejó intacto, y decidí que quería guardarlas todas para mí. Quise llevarlas a casa, cuidarlas y procurarles un trozo de almuerzo. Jugaría con ellas y no las soltaría nunca. Me encargaría de besarlas, oirlas, arroparlas en la noche y de todo aquello que fuera necesario. Porque entonces comprendí que solo ELLAS son la maquinaria del mundo.

Porque la maquinaria del mundo -aunque nunca lo imaginaras- se encuentra en aquel lugar del que me hablaste hace un tiempo.

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